Casi sin darme cuenta, ya habían pasado dos semanas.
Me sentía bastante bien allí. Esther y Paula me habían
aceptado como si fuera una chica más del pueblo, y parecía caerle bien a la
gente, incluso aunque no hubiese hablado nunca con ellos. Vivía en una especie
de burbuja. No echaba de menos ningún aspecto de mi vida anterior, aunque me
parecía muy raro ser amable con casi todo el mundo. En realidad, casi todo era
perfecto.
Menos lo que tenía que ver con Adrián.
Cada día nos llevábamos peor. Desde mi interrupción con Ashley
(así se llamaba la chica con la que había tenido el placer de cruzarme)
habíamos empezado a ignorarnos mutuamente y, la verdad, eso me cabreaba
muchísimo. Además, no podía con el hecho de no poder dejar de pensar en él. Era
demasiado perfecto, pero era un auténtico idiota. Al igual que yo.
El martes por la mañana estaba en el recreo con Esther y
Paula. Desde hacía unos días nos acompañaban también dos chicos de bachillerato,
Jaime y Leo. La verdad, no prestaba atención alguna a lo que decían, aunque
ellos siempre intentaban meterme en la conversación.
-Sandra, ¿estás ahí? – me dijo Jaime. Me sorprendí a mí
misma pensando en los ojos de Adrián. Últimamente me quedaba mucho tiempo
mirándolos cuando estaba segura de que él no podía verme.
-Eh… - comencé.
-Ya vemos que no, tranquila – dijo Leo, provocando una
carcajada de todos. Enrojecí al instante.
-Estábamos hablando sobre el sábado – continuó Jaime -. Ese
día…
-¡Hay fiesta en casa de Leo! – interrumpió Esther.
La miré sorprendida. Normalmente solía ser algo callada y no
gritaba de esa manera, pero se la veía eufórica. Se empezó a atusar el pelo,
nerviosa. También estaba algo roja.
-¿Una fiesta? – pregunté, escéptica. No me ilusionaba
demasiado la idea.
-El sábado por la noche – prosiguió Leo -. Mis padres salen
ese fin de semana y, bueno, ya empieza a hacer buen tiempo -alcé una ceja.
Apenas estábamos en Marzo y hacía un frío horrible, pero preferí no decir nada
– Así que la primera fiesta del año al aire libre será en mi casa.
-Vendrás, ¿no? – me preguntó Jaime. Su tono de voz parecía
casi suplicante.
-Sí, por qué no – respondí algo nerviosa. Paula y Esther
parecieron complacidas por mi respuesta.
-Mañana vamos a ir a comprar ropa, ¿te viene bien? –
preguntó Paula
-Claro – solté sin pensar.
Me encontraba algo aturdida. Jamás hubiese pensado que iba a
ser invitada a una fiesta, y mucho menos a tener que comprarme ropa para la
ocasión.
Repasé mentalmente mi armario. Tenía camisetas, pantalones y
alguna que otra falda. Tal vez la idea de ir de compras no era tan mala. No
tenía ni un solo vestido aquí. Los pocos que tenía los había dejado en Madrid
y, además, eran demasiado elegantes.
Cuando llegué a clase me pregunté cómo sería aquella fiesta.
Nunca había estado en una de ese tipo, ya que las únicas a las que asistía era
obligada por mis padres a una de sus fiestas pijas. Pero esta era distinta,
cosa que me alegraba. O eso creía.
Estar en clase era una especie de tortura. Me molestaba el
simple hecho de estar seis horas al lado de una persona sin decirle nada, pero
también que me mirara como si esperara algo de mí. Más de una vez quería gritarle
que qué le pasaba, pero nunca me atrevía. Me intimidaba demasiado.
Ese día volví a casa sola. Sin saber por qué, me sentía algo
melancólica. No me apetecía nada volver a casa y pasar el resto de la tarde
sola. Aunque intentaba no pensar en ello, me sentía horriblemente sola el
tiempo que no estaba en el instituto. Las tardes se alargaban demasiado, y no
quería seguir así. Suspiré. También estaba teniendo muchos dolores de cabeza
últimamente.
Decidí dar un rodeo por el pueblo. Apenas tenía hambre y,
sencillamente, la idea de volver a casa me desesperaba. Caminaba
tranquilamente, sumida en mis pensamientos. Pensé que algún día tendría que
empezar a salir de mi empanamiento, aunque de momento no me importaba seguir
así. Era como una especie de sedante.
Ese pensamiento dio una vuelta de ciento ochenta grados
cuando escuché una voz familiar cogiéndome por los hombros y susurrándome al
oído.
-Hola de nuevo, preciosa.
Me solté con un movimiento brusco y me giré rápidamente. Frente
a mí se encontraba un chico pálido, con los ojos verdes y el pelo negro de
punta con una forma irregular.
Al igual que me pasó cuando conocí a Adrián, varias imágenes
vinieron a mi cerebro. Vi su cara
demasiado cerca de la mía, la repulsión que sentía hacia él y después el miedo
y el dolor que se apoderó de mí. Aunque en mi visión se veía algo distinto.
Me quedé sin respiración. Me puse las manos en la cabeza
mientras inspiraba fuertemente. El chico parecía divertido.
-Me alegra saber que tú tampoco te has olvidado de mí – dijo
riendo. Una risa cargada de malicia -. Veo que ya estás bien.
-¿No tenías el pelo largo?
De todo lo que le tendría que haber dicho, se me ocurría lo
más idiota.
-Sí, bueno. Digamos que hay que sufrir ciertos cambios de
vez en cuando.
-¿Quién eres? ¿Por qué te recuerdo? ¿Tienes algo que ver con
Adrián? – me atreví a preguntar. Me arrepentí de habérselo mencionado. No me
daba buena espina. Empezó a acercarse lentamente -. ¡No te muevas! –grité,
nerviosa. Me iba a dar un ataque de pánico -. Y no me llames preciosa.
-Oye, no me hace ninguna gracia que tú me des órdenes.
Aunque tampoco me desagrada – dijo sonriendo -. Me llamo Isaac, preciosa. Y, la
verdad, podría decirte de qué me recueras. Pero me gusta verte sufrir. Y
tampoco voy a decirte nada de… él – prácticamente escupió la última palabra.
-¿Por qué? – pregunté con un hilo de voz.
-Bueno, es mi trabajo – contestó sonriente. ¿Es que nunca
dejaba de sonreír? -. Aunque, tal vez, podría decírtelo si tú aceptas ciertos…
favores hacia mí – dijo agarrándome el mentón y acercándose a mí. Sus ojos
centelleaban.
Reuní valor y le di una bofetada. No quería que pasara lo
mismo que en aquel recuerdo. Pensar en ese dolor me daba escalofríos.
Me soltó al instante, sorprendido. Se llevó la mano a la
marca roja que se estaba empezando a formar en su mejilla, y yo salí corriendo
lo más rápido que pude.
No pude evitar escuchar su carcajada divertida.
Corrí lo más rápido que pude hacia casa. La mochila me daba
golpes en la espalda, haciendo que en pocos minutos estuviera maldiciendo a
todo Baste. De vez en cuando miraba hacia atrás, pero había decidido no
seguirme.
Llegué a casa jadeante. No contaba con esa carrera.
Tiré la mochila en la entrada y me tiré directamente en el suelo. Sin duda,
tendría que haber vuelto directamente a casa.
Aunque ahora sabía una cosa con certeza. Adrián me debía
muchas explicaciones.
Molaaaaaaam muchom *o* juju<33
ResponderEliminarM.
Muchas gracias darlin' :3
EliminarBesos<3
C.
*O* Por fin, por fin ha salido Isaac, me da miedo DDD: En serio, lo describes tan bien *----* Quiero una pelea: Adrián y Sandra contra Isaac xD
ResponderEliminarMe ha encantado mucho el capítulo, y sobre todo la idea de el chico malo, porque si no no podía esperar más xd
He encontrado una falta D: : Y, la verdad, podría decirte de que me recueras. La falta es recueras que es recuerdas. Tranquila, que es la primera que tienes :D
Bueno, no me enrollo más. Kissees :)
Raúl.
No es un personaje precisamente divertido (?) ¿Tú crees? Muchas graacias :333 Eso ya se verá, jeje.
EliminarMuchas gracias :D Y sí, es verdad xD Lo raro es que el word tampoco me ha avisado :S Voy a corregirlo ya :D Gracias por avisar :3
Besitos ^^
Guuuuusta mucho :3 Sí, ya me acuerdo de coooosas :DDD
ResponderEliminarNo sé por qué Isaac me recuerda a Patch, de Hush, hush. Pero me gusta Isaac. Y Adrián, aunque sea tonto ahora ^^
Besus :3
El captcha es caca D:
EliminarTengo que revisar esto para ver si lo puedo quitar
EliminarPor cierto, graciaaaaas :3 Patch es totalmente adorable, de verdad. Isaac... no sé, ya se verá :3
EliminarBesitos <3